lunes, 12 de septiembre de 2011

Tócale lo que le gusta

Luis Gómez


Yo a veces fallo, dice. Es que no siempre me sale… yo gracias a dios yo me enseñé sola a tocar éste, y acaricia brevemente el guitarrón profundo que dormita en su regazo.

¿Quiénes somos perfectos?, pregunta un hombre de bigote amplio.

No, nadie, pero ¿es que por qué me regaña si no me sale? Se amarga, mirando fijamente a su compañero de la guitarra, que tieso y sonriente la observa desahogarse. ¿Por qué no enseñó a tocar a las otras? Si bien que anda de cabrón.

Es que tocan otra cosa… provocan desde la barra.

Yo sé tocar de las dos, revira feroz desde su silla en esta cantinita.

La cháchara general se anima, molestándola. Pidiendo que deje en paz al hombre que la acompaña. Ella no cesa de replicar y brinda con todo el mundo sin dejar de incordiar al otro. Hasta que un par de tragos la animan, y en un do vibrante, viernesino, deja ver que el “caminito de Contreras” sigue vivo aún en la memoria.

Su voz inunda las mesas, las copas y los ojos de un joven, que la mira desplegar los dedos sobre las cuerdas y redondear la muerte de un jinete herido con sus delgados labios coloreados de rosa.

A pedido de continuar, interroga con sus gestos al hombre, que la contrasta con sus silencios, taimado…

Tócale lo que le gusta a tu mujer… y hay carcajadas.

Ella canta y brinda, lanza puyas y agradece los aplausos “porque los siento sinceros”. Pide luego un re menor y da instrucciones al guitarrista, que tropieza en algunas notas, hasta que arrancan, emocionados pidiendo

olvida lo pasado

ya no te acuerdes

de aquel ayer

Menuda, apenas rebasa la altura de su instrumento. Cuando no toca, y no se halla maltratando a su socio, charla sin prisas como cualquiera (no se nota en sus ademanes la embriaguez ni tiembla su pulso). Nadie diría que es la dueña de esa voz tormentosa y potente… lo que sí, es evidente que aprendió sola a tocar guitarrón porque podía y el hombre no.

La noche sigue. En el televisor sobre la barra el box reina a colores. Hombres cansados apuran sus conversaciones y se esfuman de los bancos y de las mesas. Ella reposa sin dejar de sonreír, pidiendo en cada sorbo que “dios los bendiga a todos”. Pero es vieja y pícara, la burla feliz no deja de manar ni un solo instante de su sonrisa…

Ajada pero sin derrota, canta otra vez, mirando al techo, reconcentrada… hasta que la distancia y el tiempo se la llevan a un pasado alegre. El guitarrón, entonces, parece tocado por un autómata… ella, soñadora, ya renace en alguna otra parte.

Abril 1º, 2011, San Ángel.

Para Guadalupe, mi testigo y compañía

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